No es mera vanidad. Es un fenómeno social amplio, que atraviesa toda nuestra cultura y da forma a nuevos modos de trabajar, amar, estar en el mundo. Porque ya no nos rigen ni el temor al castigo ni la devoción por el cumplimiento del deber: para bien o para mal, estamos regidos por el culto al cuerpo, la autorreferencia, la fascinación por el éxito individual. Nos convertimos en una cultura que, cada vez más fuerte, exclama: "Yo, yo... y yo".
Algo de esto supo ver la revista Time cuando, a finales de 2006, en su portada de la 'personalidad del año', en lugar del retrato de estadistas, científicos o artistas, los lectores se encontraron con un espejo. En su libro La intimidad como espectáculo, la comunicadora, ensayista y antropóloga Paula Sibilia menciona aquella portada como un signo de nuestros tiempos. Tiempos de exaltación del Yo, obsesión por la imagen y propagación de realities y blogs; de bienvenido reconocimiento a las diferencias y estímulo a la construcción de la individualidad tanto como de exhibicionismo, insatisfacción y soledad. Tiempos habitados por millones de seres que, como los lectores de Time, contemplan extasiados el espejo que les dice que ahora son ellos los que tienen el crédito de protagonistas. Más allá de que, anclado en lo más remoto de la historia, permanezca el recuerdo de aquel Narciso, el de la leyenda, fascinado por un espejo que resultó ser cualquier cosa menos inofensivo.
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